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YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS

La pascua es la fuerza de Dios para que nos arriesguemos a lo nuevo. El Resucitado nos invita en tiempo pascual abrir las ventanas de la cabeza, del corazón y de la vida. Que el aire nuevo nos sacuda, que renueve los rincones de penas y rencores archivados, que cambie el aroma de nuestra casa porque el Resucitado nos llenará de esperanza y amor. Nos regala ojos nuevos y una nueva manera de entender todas las cosas.

La resurrección es un presagio esperanzador que comienza a germinar allí donde parece que no se puede más y todo se termina. Resurrección es la sonrisa del enfermo desde el lecho en el que hasta ayer agonizaba. Resurrección es el abrazo que da calor cuando nos encontramos frete a una situación que parece que no tiene solución. Resurrección es ese brote, tan frágil que hasta un golpe de aire puede matarlo, y que despunta después de mil heladas. Resurrección es que lo va creciendo como lo que ya no puede ser vencido ni por el dolor, ni por la mentira, porque la fuerza de un amor fuerte acunado y acrisolado en muchas batallas a muerte. Parece que todo termina, pero no. Para el que espera, la salvación siempre está por llegar.

Celebrar la Pascua es celebrar que Cristo vive y está con nosotros. ¿Qué significa esto? La metáfora de la vid y los sarmientos nos señala que no está ante nosotros, sino en nosotros. San Pablo habla de ser en Cristo y con ello refiere a algo más unido a nosotros, algo más que una ayuda presente o un buen ejemplo.

 

El Resucitado vive de una manera nueva entre nosotros y hace que esta unión sea más íntima a través de nuestra vida en Él. Dado que podemos participar en su vida y crecer en ella, también estamos unidos y participamos de su libertad. No hay alguien fuera, que nos acepta, sino que en nosotros está aquel que nos libera de todo lo que nos impide crecer y seguirlo.

Vivir con Cristo significa vivir con una meta y dar forma a nuestra vida con Él, desde Él, en Él. Quien permanece unido a mí como yo permanezco unido a Él, ése dará mucho fruto (Jn 15,5). No solo frutos del  bienestar, la seguridad, la satisfacción, sino los frutos que pueden hacer nueva nuestra vida. Vivir con Él es vivir como Él, como sarmientos que reciben el alimento y la fuerza desde la vid. ¿Cómo reconocemos que es así? Mirando nuestra cosecha. Si vivimos con Cristo, sembramos semillas y cosechamos frutos que no tienen una forma material, sino que son el contenido de una propuesta diferente y mejor a la de un mundo egoísta, materialista y consumista.

¡Cuán diferente podría ser el mundo si los cristianos, fuéramos, en el corazón de la humanidad, testigos de la resurrección capaces de transparentar en nuestras vidas al Resucitado para que nos ayude a construir una Iglesia más evangélica y evangelizadora!